CONMEMORACIÓN DE LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN DE 1970
MANIFIESTO “HUELGA DEL 70”.
El 21 de julio de 1970 y todo el proceso desarrollado alrededor de esta fecha y de la Huelga de la Construcción de 1970, marcan un hito en la historia del Movimiento Obrero en Andalucía y en la ciudad que fue testigo directo de aquellos acontecimientos: Granada.
Hoy, tras una neva crisis del Capitalismo que amenaza con volver a rebajar salarios y condiciones laborales a los trabajadores y trabajadoras de nuestra tierra, ahora con la excusa de la pandemia del COVID- 19, bien deberíamos guiarnos por las enseñanzas que nos trajo lo que hoy conmemoramos. Justo cuando se cumplen 50 años de los hechos que queremos recordar en este acto, sabemos que cerca de 50% de los hogares granadinos viven con menos de 1.000 euros al mes y que la precariedad y la pobreza cada vez están más presentes en las vidas de los trabajadores y trabajadoras granadinas.
El recuerdo del asesinato en el año de 1970 de tres trabajadores a manos de la policía franquista y la represión que trajo aparejada y sufrieron los protagonistas de aquellos acontecimientos, deben ser recuerdos imperecederos para todos nosotros y nosotras los que, desde posiciones y comportamientos sindicales de izquierda, pretendemos hacer de la lucha obrera un elemento indispensable para la superación de las desigualdades y las injusticias y que sirva para encaminarnos hacia una sociedad realmente libre e igualitaria que posibilite el desarrollo personal y moral de todos y todas sobre las bases de la igualdad, la equidad y la Justicia.
La Granada de 1970 era testigo de la emigración forzosa, de las nefastas condiciones laborales, de los salarios miserables y víctima de la represión, del paro galopante y de la falta de alternativas y futuro para su población trabajadora. El territorio de una Granada abandonada a su suerte, olvidada por los planes desarrollistas del régimen franquista, era un escenario mudo de las mayores injusticias sociales, de la pobreza y de la marginalidad. Era Granada, entonces, una ciudad altamente dependiente de su entorno agrícola y sustentada por funcionarios y administrativos, por una población que vivía del comercio, los transportes, pequeños talleres de diversa índole y un sector de la construcción que había ido desarrollándose paulatinamente a lo largo de la década anterior. A parte de eso, Granada era un lugar ajeno a la industria y al desarrollo, como tantas otras zonas de Andalucía, un mercado de consumo de lo que se elaboraba en otras zonas del Estado Español: un olvidado territorio víctima del extractivismo de sus materias primas, sus trabajadores y trabajadoras y de todos sus recursos para el beneficio de unos pocos.
En el citado sector de la Construcción – y cuando la ciudad crecía hacia el Zaidín y La Chana- había acudido una numerosa mano de obra desde la provincia para obtener un trabajo que no les obligara a emigrar con destino a Cataluña o a Europa como ya hicieran más de 300.000 granadinos y granadinas entre las décadas de los 50 y los 70. Eran, principalmente, trabajadores procedentes del campo que observaron cómo sus salarios de albañiles apenas daban margen, y mucho menos permitían buscar consuelo en los incipientes hábitos del consumo de masas que se habían ido extendiendo en otras zonas del Estado y de como, amparados por la abundante mano de obra y la legislación favorable, los empresarios del sector exprimían al máximo a la clase obrera local, repartiendo unos salarios de hambre. De hecho, las lamentables condiciones de trabajo en el sector de la construcción de Granada pueden resumirse así: los peones cobraban unas 1.200 pesetas semanales, en las que estaban incluidas las pagas, los permisos y el plus familiar. Las jornadas eran de 10 horas y se trabajaba seis días a la semana, y además estaban generalizados el sistema de destajos y las horas extras, lo que provocaba un alto nivel de paro.
Antes de junio de 1970 ya había comenzado a fraguarse entre los obreros de la Construcción una idea muy clara: era indispensable establecer las bases y negociar y aplicar un convenio colectivo justo que satisficiera sus justas aspiraciones. Pero la organización de los trabajadores era entonces escasa y tarea muy difícil en un sector de pequeñas empresas y cuadrillas de albañiles. Las Comisiones Obreras de entonces ya habían hecho acto de aparición en Granada a mediados de la década anterior, junto a estas últimas, las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y grupos pequeños de anarcosindicalistas que habían resistido la feroz represión de décadas de franquismo, conducían su actividad en la auto organización obrera y en la creación de un Movimiento Obrero consciente.
En estas condiciones, sin cultura reciente de lucha obrera, pero con la digna obstinación de quienes saben de lo justo y necesario de sus reivindicaciones, se enfrentó la negociación del convenio de la Construcción, donde la Patronal se cerró en banda y se negó a aceptar unas reivindicaciones modestas consistentes en la reducción de las diferencias salariales entre las diversas categorías, un salario para el peón de 240 pesetas por 8 horas, la eliminación de las horas extraordinarias y los destajos que embrutecían al trabajador y aumentaban el paro, así como reducir al mínimo posible la eventualidad y los despidos. De ahí, se llegó a la huelga. Tras una multitudinaria asamblea en el salón de actos del edifico del Sindicato Vertical, la inmensa mayoría de trabajadores decidió defender la propuesta de convenio hasta sus últimas consecuencias; la noticia de la convocatoria del paro para el día siguiente voló de boca en boca por los barrios y pueblos cercanos.
El resultado de la primera jornada de huelga fue el de paro total por parte de 12.000 albañiles de Granada y su Vega, seguido de diversas movilizaciones que, finalmente, fueron atacadas por la Policía Armada, primero con botes de humo, luego a tiro limpio. Hacia las dos de la tarde el grueso de la manifestación obrera había reculado hacia La Caleta, en el ambiente se respiraba el pánico y la violencia desatada por la policía. Allí caerán, asesinados por las balas de los polizontes, los compañeros Antonio Huertas Remigio, de Maracena, peón de albañil; Cristóbal Ibáñez Encinas, marmolista de Granada, y Manuel Sánchez Mesa, de Armilla, peón de albañil, además de existir numerosos heridos entre el resto de los trabajadores.
Hoy, 50 años después de la Huelga del 70 y pese a los lógicos avances y transformaciones acaecidas, la Andalucía y, por ende, la Granada de nuestros tiempos sigue siendo un territorio alejado del desarrollo y condenado a la improductiva industria del Turismo que gentrifica, empobrece y entrega- sin apenas incidir en la economía local- todos sus beneficios a un reducido grupo de especuladores. Nuevamente hoy, son muchos los granadinos y granadinas que se ven abocados a la emigración económica, a los trabajos precarios y a una interinidad permanente que los mantiene en los umbrales de la pobreza, con escasa esperanza de superar estas carencias y un más que negro futuro. Hoy, las mujeres siguen siendo discriminadas, malpagadas, marginadas y, finalmente, en muchos casos, asesinadas. Seguimos siendo y soportando el estigma de estar en “la periferia de la periferia”, viendo como un cinturón de cemento y hormigón envuelve nuestra ciudades e infertiliza nuestra Vega; contemplando como se construyen tendidos eléctricos y lineas férreas de Alta Velocidad que ni necesitamos ni disfrutaremos. Finalmente, somos testigos de cómo zozobran las ilusiones y las esperanzas de otros trabajadores que se dirigen a nuestra tierra para escapar de unas peores condiciones de vida y como, muchos de ellos, dejan sus vidas en el empeño a causa de políticas criminales que traen la muerte o a la reclusión en CIEs.
Cuando recordamos a nuestros compañeros asesinados en 1970, también recordamos sus anhelos de construir una vida y una sociedad más digna, más justa, más igualitaria. En cambio, todo lo que se nos ofrece desde la Europa de los Mercaderes, desde los gobiernos central y autonómico y desde el propio gobierno de la ciudad de Granada es la precariedad, la sumisión, la resignación ante el fracaso impuesto.
La crisis que nos trae la pandemia del COVID – 19 nunca debe ser la excusa para que nuestra vida y condiciones de trabajo sufran merma alguna, más bien de todo lo contrario. Este debiera ser el momento en que la sociedad en su conjunto apostara por una disminución del horario de trabajo, por un reconocimiento real de los derechos laborales y por una apuesta decidida por una sociedad más justa y equitativa que haga del reparto de la riqueza su mayor valor.
Por ello, del mismo modo que en 1970 lo entendieran los trabajadores granadinos de la Construcción, hoy debemos apostar por la unidad en la lucha para conseguir unas reivindicaciones indispensables que aporten un nuevo rumbo a nuestras vidas: unificando las luchas y haciendo comunes nuestras reivindicaciones.
Es por todo ello que, coincidiendo con el aniversario de las muertes de Antonio, Manuel y Cristóbal, como trabajadores y trabajadoras deseemos ensalzar el recuerdo y el sacrifico de nuestros compañeros, que entregaron su bien más precioso por una sociedad mejor. Por ellos, que dieron sus vidas, hoy y siempre en Granada, debemos honrar su memoria y conjurarnos para luchar contra todo aquello que ellos nunca hubieran deseado y para exigir desde Andalucía la soberanía que nos pertenece, nuestro protagonismo y poner en nuestras manos obreras y trabajadoras la decisión y el rumbo de nuestro destino.
ANTONIO HUERTAS REMIGIO, CRISTÓBAL IBÁÑEZ ENCINAS Y MANUEL SÁNCHEZ MESA, SIEMPRE ESTARÉIS PRESENTES EN NUESTRO RECUERDO.
¡ QUÉ VIVA LA LUCHA DE LA CLASE OBRERA!
CONVOCAN: USTEA, CNT-AIT, SAT Y ASAMBLEA INTERPROFESIONAL.
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